
Aethar. El lugar donde existen todo lo que fue, es y será.
Al principio, solo era Aezath. Un lugar en el que existe la esencia de todo lo imaginable en su pasado, presente y futuro. En Aezath gobernaban Aezar, la esencia de todo, y Eloradun, el tiempo.

Aezar

Elodarun
Aezar gobernaba Aezath donde existían todas las cosas gracias a la influencia de Eloradum. En Aezath todas las conciencias fluían en un mar de pensamientos que se extendían como ríos naciendo de Aezar y fluyendo a través de Eloradum. Varias de estas conciencias se mezclaban y separaban dando lugar a ideas que aparecían y desaparecían. Todas ellas formaban parte del todo. En la mayor convergencia de los ríos de pensamiento nació un concepto: Unrir. La inspiración. Voluputuosa, desada y esquiva sacudió todas las conciencias. A esta onda expansiva se la llamó Valkor. El desorden.
Aezar y Eloradun descubrieron que al dar un nombre a estos eventos, conciencias, pensamientos e ideas daban existencia a estos seres y así existieron Unrir y Valkor.

Unrir

Valkor
La Danza de los dioses
Unrir y Valkor rápidamente se unieron en lo que se llamó: La danza eterna entre Unrir y Valkor. Pasaban del amor al odio con una preocupante facilidad. Con cada apasionado encuentro, con cada guerra cruenta, iban creando partes del cosmos a las que Aezar daba nombre y Eloradun ubicaba en un punto concreto. Unrir y Valkor se entrelazaban dando vida a un cosmos en constante transformación, donde las galaxias y las dimensiones se concretaron en espacio y tiempo. La danza eterna entre Unrir y Valkor pasó a llamarse «La Danza de los dioses».

Kinareth
Pero nada podía perdurar en semejante vorágine de emociones cambiantes. Eloradun les dejaba hacer pues con sus andanzas Aezath se nutría. Pero la pasión o disputas de Unrir y Valkor no tenían orden ni se regían por las mismas reglas que Eloradun dictaba. Además, todo lo que salía de Unrir jamás perduraba. Era necesario un equilibrio de fuerzas. Así nació Kinareth. El orden, la lógica, la estructura.
El Canto de la Creación

El Canto de la Creación
Con la llegada de Kinareth, la danza cósmica de los dioses adquirió una nueva dimensión. Se convirtió en «El Canto de la Creación». Kinareth actuó como un faro de estabilidad y estructura en medio del caos de Valkor y la creatividad desenfrenada de Unrir. Kinareth se convirtió en la diosa de la organización, la lógica y la estructura. Su presencia permitió a Unrir expresar su inspiración de manera más coherente y constructiva, mientras que también ayudó a moderar los excesos caóticos de Valkor.
Juntos, Unrir, Valkor y Kinareth, encontraron una forma de hacer que el resto de consciencias y sus corrientes de pensamientos a través de Eloradun se concentraran adquiriendo así una dimensión que muy pocas tenían: identidad.
Pero Aezar y Eloradun previeron peligro en esta idea porque comprendían, preveían (y vivían) las implicaciones que esto podría tener, tendrá y tuvo, en el equilibrio cósmico. La existencia misma se basa en la interconexión y la fluidez de todas las cosas en el vasto Aezath. Al otorgar personalidad e identidad a cada corriente de pensamiento, se temía (se temió y se confirmó) que esto pudiera llevar (y llevó) a una fragmentación y separación excesivas.
La personalidad y la identidad a menudo se acompañan de diferencias, conflictos y limitaciones. Aezar y Eloradun sabían (saben) que si todas las corrientes de pensamiento se volvían individualizadas, podrían surgir tensiones y conflictos entre ellas, lo que perturbaría la armonía cósmica. Además, esta individualización podría llevar a un desequilibrio en el flujo del tiempo, ya que cada entidad tendría sus propios ritmos.
Para evitarlo en la medida de lo posible impusieron una condición cada uno. Aezar puso la restricción de lo tangible. Para que las conciencias y sus corrientes de pensamiento tuvieran la oportunidad de desarrollar identidad debían ser físicas, corpóreas. Esta transformación de ser conciencia a ser tangible se la encomendó a Nairu (nacimiento) mientras que Eloradun le dio la tarea de limitar temporalmente su existencia a Tharuk (muerte). Kinareth, Nairu y Tharuk fueron las primeras conciencias que nacieron voluntariamente de Aezar y Eloradun. Si bien Kinareth estaba unida a Valkor y Unrir, Nairu y Tharuk eran independientes, diferentes y adquirieron una magnitud que se medía a una escala distinta pues ambas representaban principio y fin.

Nairu

Tharuk
Kinareth aconsejó a Nair y Tharuk concentrar su tarea en lugares concretos del cosmos para que hubiera una misma relación en todas las cosas creadas. A ambos les pareció bien.
La hija de Tharuk
Todo estuvo bien. Sin embargo, Tharuk percibió que había un aspecto del ciclo de la vida que no estaba completamente bajo su influencia: la oscuridad y los secretos que yacen más allá de la muerte.
Tharuk se dio cuenta de que había seres, conciencias y fuerzas en el mundo que pasaban por Nairu pero escapaban a su final, criaturas de la oscuridad y seres no-muertos que no seguían el camino natural hacia la muerte. Además, había secretos y conocimientos ocultos en las sombras que no estaban destinados a los vivos ni a los muertos, sino que pertenecían a un reino intermedio.
Para abordar esta cuestión y mantener el equilibrio en el ciclo de la vida y la muerte, Tharuk decidió crear a Nictaesha, la diosa de la oscuridad y los secretos. Esta nueva deidad tendría el poder de gobernar sobre los seres de la noche, los no-muertos y las fuerzas ocultas que escapan de la muerte. Nictaesha sería la guardiana de los secretos más oscuros y un faro para aquellos que buscan en las sombras.

Así, Tharuk logró mantener el control sobre todos los aspectos del ciclo de la vida y la muerte, asegurando que incluso en la oscuridad más profunda, su influencia se hiciera sentir. La creación de Nictaesha llenó un vacío en el panteón y le dio a Tharuk el control que buscaba sobre los misterios de la oscuridad.
Después de su creación, Nictaesha comenzó a atraer a las criaturas que escapaban de la muerte, las que eludían el dominio de Tharuk. Estas criaturas encontraron refugio en la oscuridad y los secretos que ella representaba, y vieron en Nictaesha a su protectora y guía en la noche eterna.
Esta atracción hacia las criaturas que evadían a Tharuk no pasó desapercibida para Valkor, el dios del caos y el desorden. Valkor, que siempre tuvo una afinidad por la oscuridad y lo misterioso (y que era padre de la esencia de las criaturas que podían eludir a Tharuk), comenzó a interesarse por los seguidores de Nictaesha y las criaturas que ella protegía.
Sin embargo, la relación entre Nictaesha y Valkor despertó los celos de Unrir, la diosa de la inspiración. Unrir, que tenía una relación tumultuosa con Valkor, no vio con buenos ojos la atención que él prestaba a Nictaesha y sus seguidores. Esto desató un conflicto entre los dioses, donde Unrir sentía que Valkor la traicionaba al mostrar interés por la diosa de la oscuridad.
El odio hacia Nictaesha creció en Unrir, lo que llevó a una rivalidad intensa entre las dos diosas. Esta rivalidad se convirtió en una lucha constante entre la luz y la oscuridad, la inspiración y la tentación, el caos y la estructura. La influencia de esta rivalidad se reflejaría en los mundos y sus seres para toda la eternidad.
El surgir de Hostiliar
Unrir, la radiante dama de la inspiración, deseaba que el mundo estuviera impregnado de luz, claridad y revelación. Cada rincón del cosmos debería resonar con la creatividad y la brillantez de su toque. Sin embargo, Nictaesha, la seductora señora de las sombras y los misterios, anhelaba un mundo sumido en la oscuridad, donde los secretos florecieran y la verdad permaneciera oculta, privada, íntima.
El conflicto entre estas dos deidades creció hasta convertirse en una tormenta cósmica de odio y rivalidad. Unrir, despreciando la oscuridad que Nictaesha fomentaba, deseaba que su contraparte desapareciera, que la diosa de la oscuridad fuera erradicada de la existencia.
El conflicto llegó a un punto de no retorno cuando Unrir expresó su deseo de destruir a Nictaesha, de borrarla de la creación. En respuesta, Nictaesha invocó sus sombras y secretos para enfrentarse a Unrir. En medio del caos de su enfrentamiento nació una nueva deidad, una personificación del conflicto y la destrucción: Hostiliar.
Hostiliar emergió con un ardor feroz y una sed de conflicto inextinguible. Encarnaba la lucha constante entre la luz y la oscuridad, la verdad y el secreto, la inspiración y la seducción. Su propósito era llevar la discordia y el conflicto a todos los rincones del cosmos, desafiando a los seres mortales y divinos por igual.
Hostiliar se convirtió en un dios temido y respetado, cuya influencia provocaba guerras, conflictos y luchas en todas sus formas. Su nacimiento marcó un punto de no retorno en la relación entre Unrir y Nictaesha, y su legado perduró a lo largo de la historia del universo, como un recordatorio de la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, la inspiración y la seducción.

Guía y Protección
Nairu, como la personificación del nacimiento y el comienzo, tuvo sentimientos encontrados sobre la creación de Nictaesha, la diosa de la oscuridad y los secretos. Por un lado, Nairu comprende la necesidad de Tharuk de tener una entidad que acoja a los no-muertos y a aquellos que se escapan de su guadaña. Tharuk lo hace desde el amor y no desde el odio y eso gusta mucho a Nairu. Esta dualidad entre vida y muerte es fundamental en el ciclo de la existencia. Sin embargo, Nairu fue consciente del potencial conflicto entre la vida y la oscuridad, ya que estos dos conceptos a menudo están en contraposición. La creación de Nictaesha no solo podría haber creado un desequilibrio en el mundo, lo que podría preocupar a Nairu como dios del nacimiento, sino que evidenció el hecho de que no era suficiente nacer para existir, se necesitaba un guía que evitara que los seres finitos del plano material eludieran a Tharuk y se perdieran en la eternidad de la existencia.

Nairu creó a Inafal, guía y protector de los que nacen. Para asombro y amor de Kinareth y lo consideró su compañero en el papel vital en la creación de un equilibro entre el orden y el caos. Al proporcionar una guía suave y comprensiva en medio de un proceso que, por naturaleza, puede ser caótico y lleno de incertidumbre como es el camino entre Nairu y Tharuk.
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